miércoles, 3 de marzo de 2010

Desamor

DESAMOR

El portazo se fue ampliando en las venas que regaban el corazón. El sonido de sus pasos que abandonaban la casa por Ultima vez en dirección al coche se extinguía conforme se ampliaba el rugido en mi interior. Las fuerzas abandonaban las rodillas y todo comenzó a agolparse en mi interior. A mi estomago llegaban sucesivas oleadas de un naufragio incipiente. Todo va llegando como los restos del barco tras la tormenta. La incredulidad, el no puede ser, la sensación de pesadilla, la ansiedad abriéndose paso y desbaratándolo todo.
Era sólo el principio, las puertas del infierno se abrían. Quedaba el odio, la furia, las lágrimas, el tono lastimero con el que nos damos pena a nosotros mismos y a los demás. El repasar momento a momento la relación buscando con lupa de taxidermista aquello que falló.
Luego viene la inmovilidad, el quedarse en espera. El oído avizor a cada timbre del teléfono, a cada motor de coche que aparca cerca. Creer distinguir constantemente su figura entre la multitud que cruza el paso de cebra, que se desparrama por las aceras. Ver su mirada entre miles de miradas.
Quedan el misterio de las noches que se alargan en un bucle interminable de duermevelas, persiguiendo pensamientos circulares. La percepción de una soledad absoluta adherida a lo pequeños ruidos de la ciudad que duerme. Convertirse en un zombie que se arrastra durante el día. El pánico a la siguiente noche que se acerca amenazante. Intentar retrasar la hora de un nuevo fracaso. Las pastillas que te regalan un sueño prestado que se transforma en pasta en tu boca durante el día.
Hacer como que se vive, ir a trabajar en un acto absurdo. Compartir tu vida como una sombra entre los hombres. No olvidarse de respirar, de sentarse en la mesa, de volver a casa. Comer como obligación de vivir. Hablar como si te interesara de lo que se esta hablando. Llamar a los amigos como si te importaran algo.
Ser un único pensamiento, una única acción, un único fracaso. Y al final del pasillo, al final de los años, ser una superficie yerma sobre la que también,tan irremediablemente como empezó, sentir que crece una brizna de hierba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Doliente y sentido parece el autor. Un consejo: deja que el tiempo haga su postilla y que el roce de otra mano la haga caer.